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Historias de Fe

Antes de que Dios se manifestara en mi vida, vivía con una fe constante, pero también con una gran tristeza. Sentía una carga muy pesada: la salud de mi mamá estaba en riesgo. Durante un chequeo médico rutinario, los doctores detectaron múltiples quistes en su páncreas. Escuchar esas palabras fue como si el mundo se detuviera. Busqué médicos, opiniones, tratamientos, oré sin descanso, pero en el fondo seguía aferrada al miedo y al control.


Hasta que, en medio de una oración, sentí algo diferente: una paz que me invitaba a soltarlo todo. Le dije a Dios que aceptaba Su voluntad, fuera cual fuera. A partir de ese momento, comenzaron a suceder cosas que no puedo explicar: encontramos al especialista indicado, los tratamientos fluyeron y mi mamá empezó a recuperarse. Hoy la veo reír, cocinar, caminar con ánimo… y entiendo que fue Dios quien obró.


Mensaje final: He aprendido que su poder se perfecciona en mi debilidad. Cuando ya no pude más, Él tomó el control. No hay imposibles para Dios, aunque todo parezca estar en nuestra contra.

Desde siempre he sentido a Dios cerca, pero fue en medio de la enfermedad cuando Su presencia se volvió más real que nunca. Fui diagnosticada con una enfermedad catastrófica que me llevó al borde de la desesperanza. Recuerdo las noches sin dormir, el miedo antes de la cirugía, y el silencio que se siente en los pasillos del hospital. Pero también recuerdo las oraciones de mi familia y de mi iglesia, que me cubrían como un escudo invisible.


La operación fue larga y delicada, pero salí de allí sin secuelas, algo que incluso los médicos llamaron “inexplicable”. Yo sé que no fue la ciencia, fue Dios. Él me levantó, me sostuvo y me mostró que aún tengo propósito. Hoy, mientras sigo un nuevo tratamiento, no tengo miedo. Cada día repito: “Mi vida está en las manos de Aquel que nunca deja nada a medias.”


Mensaje final: Somos más que vencedores cuando ponemos a Dios primero. La oración tiene poder, y el amor de Dios siempre llega a tiempo.

Vivía mis días con rutina, sin detenerme a pensar mucho en lo espiritual. Hasta que la enfermedad tocó a mi puerta. Me sentí vulnerable, confundido y con temor. En ese tiempo de debilidad, comencé a hablarle a Dios, a buscarlo con el corazón. Poco a poco sentí algo que no venía de mí: una calma profunda, una luz en medio del dolor.


Un día me descubrí sonriendo sin razón, y entendí que la sanidad no siempre llega solo al cuerpo, sino también al alma. Dios me mostró que nunca había estado solo.


Mensaje final: Hoy vivo con la certeza de que la paz verdadera solo se encuentra en Él. No me suelto de Su mano, porque sé que me guía paso a paso.


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